Vivir del cuento

De cuentistas y cuenteros

J.C. SanTa

6/21/2024

Esta vida es puro cuento

aunque veloz me lo niegues:

una cosa es que la «riegues»

y otra muy, muy diferente

ser pendejo’e nacimiento.

Hemos estado viviendo una vida de cuento. No, no de esos cuentos de hadas en los que el príncipe vence al dragón y se casa con la princesa (y fueron felices para siempre). No de esos cuentos que fueron convertidos en telenovelas que viven un drama que, en la vida real, muchos de nosotros ya hubiéramos solucionado para bien o para mal.

Antes los cuentos comenzaban con «érase una vez» después de iniciar con una «honorable congreso de la Unión». Hoy, los cuentos inician con un «buenos días» en tabajqueño. En cualquiera de los tres casos, es puro cuento. Los dos primeros ejemplos eran fantásticos, de una factura inmejorable, el primero, fantasioso, el segundo, y en muchos casos dignos de recordar. Cuentistas hay muchos y son maravillosos. ¿Quién no ha escuchado o leído un cuento de los hermanos Grimm, o de Edmondo de Amicis, de Hans Christian Andersen, o de Lewis Carroll, por ejemplo? Una delicia, aunque a veces con finales poco esperados. En México no nos quedamos atrás; tenemos grandes plumas como Juan Villoro, Francisco Hinojosa, Gustavo Díaz Ordaz, José López Portillo y Pacheco y Andrés Manuel López Obrador. Ya sé: «Oye, JC, los tres últimos NO son escritores de cuentos ¿Qué te pasa?». La respuesta es simple: no son escritores de cuentos, pero sí son cuenteros.

Hay frases inolvidables de las historias de Díaz Ordaz, «la mano está en el aire», de López Portillo, «defenderé al peso como un perro» pero la mejor, de entre una gran colección de frases, esta de López Obrador NO TIENE MADRE: «Yo tengo otros datos». Sí, obvio que todas sí, todas son extraídas del Memorial Cuentero Mexicano de mi autoría, que aún no escribo, pero del que tengo los derechos reservados (espero que a nadie más le interese escribir sobre este tema). Todas son, insisto, frases que descaran, que desnudan de puerco completo -¡sic!- a los felices autores de esas frases. Faltan muchas, muchísimas, pero no son para el momento.

Anlo, uno de los nombres artísticos de López Obrador, además del Kakas, es genial para cuentear a cuanto tarado se deje. Es el perfecto engañabobos que ha hecho lo que ha querido, aunque digamos que no. Recuerdo solamente algunos títulos de sus que, de verdad, han sido hito en la historia del cuento mexicano: Como Dinamarca, cuento en el que todos los enfermos de una nación creen en un pañuelito mágico, que hace todo lo que su sistema de salud no puede hacer. Tren maya, historia en la que un viejo gobernante berrinchudo ordena un ecocidio en aras de la comunicación y el progreso. Pobrecito soy narra la historia de un don nadie que sufre delirio de persecución y ataques en las redes sociales. Mi aeropuerto que es una especie de fábula en la que todos los animales creen que vuelan. Su reciente «éxito» editorial es Bastón de mando – por mis pistolas-, una historia en la que el cacique de un pueblo impone a su marioneta para que dirija los destinos de su localidad.

Podemos notar que la creatividad de Anlo es la envidia de propios y extraños, porque a cada historia impone su sello característico: una sonrisa maliciosa y una mirada diabólica, los gestos de quien arroja excremento al aire y si escribir pausado, como de quien no tiene idea de lo que va a decir y sí, así es. Empresario, dueño de un circo de cuatro pistas, lleno de payasos simplones y malabaristas únicos en su especie, organizador de los festejos más horrorosos y ganadero que lleva a sus borregos a donde quiere moviendo su dedito.

Va a pasar a la historia como el peor presidente que ha tenido el país, pero como el más siniestro y sanguinario de todos, haciendo que personajes como Victoriano Huerta y Luis Echeverría parezcan novatos en su actuar. Poco a poco se adueñó de la imaginaria mexicana para mostrarnos, a propios y extraños, que solamente sus chicharrones truenan, gracias a la perfecta maquinaria propagandística, envidia de Joseph Goebbels. Es una pena que tan egregio y notable escritor se vaya a La Chingada en unos meses, pero la verdad lo celebro. Podría decir que México no se lo merecía, pero la verdad es que un pendejo gobernó a más de 127 millones de habitantes haciendo lo que mejor supo hacer: pendejos manipulables a su antojo.

Nuestra historia es puro cuento.